La Monita Secreta, supuestamente escrita por un jesuita, es uno de los típicos libros que tiene a todos los expertos divididos. Unos afirman la autenticidad de la obra y los otros sostienen la falsedad. El grupo formado por los detractores (los propios jesuitas) asegura que estamos ante una operación orquestada en contra de la orden. El grupo que afirma la veracidad de la publicación (los enemigos de la orden), sostiene que estamos ante el auténtico manual de instrucciones que todo jesuita conoce y tiene que cumplir.
Pero cuando uno empieza a leer los 27 capítulos en que consta la obra, empieza a comprender que no es ninguna casualidad, que el grupo de detractores sean todos miembros y seguidores de la orden religiosa en cuestión. La Monita Secreta es un verdadero manual de instrucciones para todos los jesuitas del mundo, en dónde se explica la estrategia a seguir para apropiarse del mayor número de riquezas, propiedades y tierras. Estamos ante un auténtico tratado donde se explica al detalle como un jesuita debe controlar y dirigir al resto de los mortales.
La Monita Secreta es una auténtica Biblia de como se debe de engañar y manipular para que la orden pueda sacar el máximo provecho. Ante tal manual de instrucciones completamente inhumano, no es de extrañar que los propios jesuitas sean los que digan que La Monita Secreta es falsa.
Nos hemos permitido seleccionar unos cuantos párrafos que no tienen desperdicio. Corresponden a la traducción al castellano de la versión original escrita en latín, que Fernando Garrido realizó en el siglo 19.
El primer párrafo del propio prefacio de La Monita Secreta, ya no tiene ningún desperdicio. Aún no ha empezado el primer capítulo, y en el prefacio ya se da la instrucción de esconder el ejemplar de la obra en lugar seguro, con el fin de que solo sea leída por los superiores de la orden:
"Los Superiores deben guardar entre sus manos cuidadosamente estas
instrucciones particulares, y no deben comunicarlas más que a algunos
profesos, instruyendo solamente a algunos de los no profesos, cuando lo
exija la conveniencia de la Sociedad; y esto se hará bajo el
sello del silencio, y no como si se hubiesen escrito por otro, sino cual
si fuesen producto de la experiencia del que las da. Como muchos
profesos conocen estos secretos, la Sociedad arregló desde su
origen, que los que los sepan no puedan pasar a otras órdenes, a no ser a
la de los Cartujos, por el retiro y silencio en que viven, y el Papa
nos lo concedió."
El primer capítulo con el que comienza "La Monita Secreta" instruye de como los miembros la Sociedad deben introducirse en las ciudades utilizando el arma de la blandura:
"Para hacerse agradables a los vecinos del pueblo, importa mucho explicarles el objeto de la Sociedad, tal como está prescrito en las reglas, donde se dice que la Sociedad
debe aplicarse con tanto afán a la salvación del prójimo como a la suya
propia. Para esto deben realizar en los hospitales las funciones
más humildes, visitar a los pobres, a los afligidos y a los presos. Es
preciso oír las confesiones con benevolencia, y ser con los pecadores
muy indulgentes, a fin de que las personas más importantes admiren a los
nuestros y los amen, tanto por la caridad que muestren para todos, como
por la novedad de su blandura."
Cuando la orden desembarca en una ciudad por primera vez, es indispensable no llamar la atención para no ser acusados de acumulación de grandes riquezas:
"Al principio los nuestros deben guardarse bien de comprar
propiedades; pero si juzgan necesario comprarlas, que lo hagan en nombre
de amigos fieles, que den la cara y que guarden el secreto. Para que
nuestra pobreza se vea mejor, conviene que las tierras que se posean
junto a un colegio se asignen a otros que estén lejanos, lo que impedirá
que príncipes y magistrados sepan a cuánto ascienden las rentas de la Sociedad."
Pero tanto trabajo en fundar colegios y escuelas, no puede ser en vano y tanto esfuerzo merece ser concentrado solamente hacia los ricos. Los pobres que se jodan:
"Que no se establezcan colegios más que en las ciudades ricas."
En cuanto a las riquezas que se vayan acumulando con el paso del tiempo, tener la boca cerrada es lo que todo jesuita tiene que hacer:
"Que sólo el provincial sepa en cada provincia a cuánto ascienden nuestras rentas; que a lo que asciende el tesoro de la Compañía sea un misterio sagrado."
Lo más importante es tener a los ricos y a los que mandan bien controlados, todo esta permitido para poder obtener información íntima de cada uno de los miembros de familias poderosas:
"Que cada uno haga cuanto pueda para obtener el favor de
los príncipes, grandes y magistrados, a fin de que, cuando la ocasión se
presente, obren vigorosa y fielmente por nosotros, aunque sea contra
sus parientes, aliados y amigos.
A las princesas se las ganará fácilmente por sus doncellas; y para
esto es preciso ganar la amistad de éstas, que es el medio de entrar en
todas partes, y de conocer los asuntos más secretos de las familias."
Una gente que tiene un manual de instrucciones de este género, aprovecha todas las armas a su alcance. Y en este caso, los sacerdotes tienen uno de los mejores métodos para obtener información muy privilegiada y muy íntima: el sacramento de la confesión. La Monita Secreta dedica al poder de la confesión unas cuantas páginas, como no podía ser de otro modo en una obra dedicada al dominio de los demás:
"En la dirección de la conciencia de los grandes señores, nuestros
confesores seguirán las máximas de los autores que dejan más libertad a
la conciencia, contra las de los otros religiosos, a fin de que los
abandonen, prefiriendo nuestra dirección y consejo
Que los confesores y predicadores recuerden que han de tratar a los
príncipes con dulzura y acariciándolos, y no chocar con ellos en los
sermones, ni en las conversaciones particulares, apartando de su ánimo
todo temor, y exhortándoles principalmente a la fe, a la esperanza, y a
la justicia política."
Según reza la Monita Secreta, para poder ingresar en la orden de los jesuitas hay que tener buena presencia, ser hermoso y fornido. Tanto requisito de hermosura es debido a un motivo muy concreto: hay que conquistar a las viudas ricas. Es un objetivo primordial para poder engrandecer los bienes y riquezas de esta sociedad que se auto denomina Compañía de Jesús. El tema de las viudas ricas es tan vital e importante para la
Sociedad que todo esta permitido con tal de que la viuda no se case por
segunda vez. El saco tiene que estar bien atado para que ningún
inoportuno busca-fortunas aparezca en escena y joda la cosa. Cuando digo
que todo esta permitido, estoy diciendo TODO:
"Que se escojan para ello padres avanzados en años, que sean de
complexión viva y de agradable conversación. Que el confesor haga de manera, que se entretengan en adornar una
capilla o un oratorio en su casa, en el que puedan entregarse a
meditaciones u otros ejercicios espirituales, a fin de que se alejen de
la conversación y de las visitas de los que las puedan buscar; y a pesar
de que tengan un capellán, que los nuestros no dejen de ir a decirles
misa, y particularmente a consolarlas, procurando dominar al capellán.
A las viejas viudas hay que encarecerles nuestra extrema pobreza, para sacarles todo el dinero que se pueda.
Una confesión general reiterada, aunque antes la hiciera con otro, nos servirá para conocer bien todas sus inclinaciones.
Se le mostrarán todas las ventajas del estado de viudez, y las
incomodidades del matrimonio: los peligros en que se metería, y
principalmente los que la conciernen.
Cuando haya seguridad de que está dispuesta a conservar la viudez,
se le debe recomendar la vida espiritual, pero no la religiosa, cuyas
incomodidades habrá que mostrarle. El confesor hará de suerte, que haga pronto voto de castidad por dos o
tres años al menos, a fin de que cierre por completo la puerta a las
segundas nupcias; hecho esto, debe impedírsele el trato con hombres, y
que no goce ni con sus parientes ni con sus amigos, so pretexto de
unirla a Dios más estrechamente.
Si han hecho voto de castidad, hacer que lo renueven dos veces al
año, concediéndoles ese día un honesto recreo con los nuestros. Hay que visitarlas con frecuencia, entreteniéndolas agradablemente, y
regocijándolas, según la
inclinación de cada una.
Si están obligadas a vestir de luto, conviene concederles que se
ajusten bien, que tengan buen aspecto, y que sientan a un tiempo algo de
espiritual y de mundano, a fin de que no crean que están dirigidas por
un hombre enteramente espiritual. En fin, con tal que no haya peligro de
inconstancia por su parte, si son siempre fieles y liberales para la Sociedad, que se les conceda, con moderación y sin escándalo, lo que pidan para satisfacer la sensualidad.
No deberá cuidarse menos su salud y su recreo que la salvación
de sus almas; por esto, si se quejan de sufrir indisposiciones, se les
prohibirán los ayunos, los cilicios, las disciplinas corporales, y hasta
el ir a la iglesia; pero se las gobernará en la casa con secreto y
precaución. Hay que dejarlas entrar en el jardín y en el colegio, a
condición de que sea secretamente, permitiéndoles recrearse con los que
más les agraden.
Si una viuda no da todos sus bienes en vida a la Sociedad,
debe buscarse ocasión, sobre todo cuando esté enferma o tenga la vida
en peligro, para hacerle presente la pobreza de nuestros colegios, y los
muchos que están por fundar, induciéndola con dulzura, pero con fuerza,
a hacer estos gastos, sobre los que fundará su gloria eterna.
Lo mismo hay que hacer con los príncipes y otros bienhechores. Se
les debe persuadir a que hagan fundaciones perpetuas en este mundo,
para que Dios les conceda la gloria eterna en el otro."
Las expulsiones desde el interior de la Orden de los jesuitas, siempre han estado en la orden del día. Los mismos jesuitas se vanaglorian de expulsar a los miembros que no están a la altura de obra de la Compañia:
"Debe expulsarse, bajo un pretexto cualquiera, por enemigo de la Sociedad,
sin tener en cuenta condición ni edad, al que aparte a los devotos y
devotas de nuestras iglesias, o del trato con los nuestros, o que a las
limosnas les haga tomar el camino de otras iglesias y de otros
religiosos, o que haya disuadido a algún hombre opulento, bien dispuesto
a favorecer la Sociedad, de que la ayude.
Lo mismo debe hacerse con el que, al disponer de sus bienes, manifieste más afecto a sus parientes que a la Sociedad,
porque esto prueba que su espíritu no está mortificado, y es preciso
que los profesos lo estén por completo. También será expulsado el que dé
a sus parientes pobres las limosnas de los penitentes o de los amigos
de la Sociedad. Para que no se quejen de la causa de su
expulsión, no se les despedirá en seguida; primero se les impedirá
confesar, se les mortificará y fatigará, haciéndoles desempeñar las
faenas más viles; se les obligará además cada día a hacer las
cosas que les causen más repugnancia.
Se les apartará de los estudios
elevados y de los cargos honrosos; se les reprenderá en los capítulos y
en censuras públicas; se les excluirá de las diversiones y del trato con
extraños; se suprimirá en sus vestidos y en cuanto usan todo lo que no
sea absolutamente necesario, hasta que se aburran, murmuren y se
impacienten; entonces se les despedirá, como a gente poco sufrida, y que
puede ser perniciosa a los otros por su mal ejemplo. Si hay que dar
cuenta a los parientes y a los prelados de la Iglesia, del por qué se
les ha expulsado, se dirá que no hubo medio de inculcarles el espíritu
de la Sociedad."
Los jesuitas que son expulsados saben muy bien que no pueden abrir la boca. Esta es la razón por la que nadie habla ni cuenta nada, una vez que ya no pertenece a la orden:
"Como los expulsados sabrán algunos de nuestros secretos podrán perjudicar a la Compañía,
y habrá que contrarrestarlos del siguiente modo: antes de expulsarlos
se les obligará a prometer por escrito, y a jurar que no dirán ni
escribirán nunca nada perjudicial a la Compañía. Los superiores
conservaran escritas por los mismos culpables, sus malas inclinaciones,
sus defectos y vicios, confesados en descargo de su conciencia, según la
costumbre de la Sociedad, y de los que en caso de necesidad de
los superiores se servirán revelándolos a los grandes y a los prelados
para que no los asciendan.
De todos modos habrá que impedir que los que por su voluntad se salen de la Sociedad, no adelanten en cargos ni dignidades en la Iglesia, a menos que no se sometan, y den cuanto tengan a la Sociedad, y que todo el mundo sepa que ellos mismos han querido volver a ella."
Los expulsados no dejan de ser sacerdotes, por lo que mucho cuidado con lo que dicen y hacen por esos mundos de Dios. Ya no son jesuitas, y conviene que sean buenos chicos, de lo contrario vendrá el Papa Negro y les hará pam-pam en el culito:
"Debe procurarse desde luego que no adquieran cargos importantes en
la Iglesia, como son las facultades de predicar, de confesar, de
publicar libros, para evitar que se atraigan la simpatía y el
aplauso del pueblo. Para esto hay que investigar mañosamente su vida y
costumbres, las compañías que frecuentan, sus ocupaciones, vicios, y
descubrir sus intenciones, para lo que será conveniente ponerse en
relaciones con alguno de la familia con que vivan después de ser
expulsados.
Cuando se descubra algo indigno y censurable en su conducta,
deberá publicarse por medio de gentes de menor categoría, para que
llegue a oídos de los grandes y prelados, favorecedores de los
expulsados, a fin de que estos los repudien, temerosos de que su infamia
recaiga sobre ellos. Si no hacen nada censurable, y antes bien se
conducen honradamente, habrá que atenuar con sutilezas y palabras
ambiguas las virtudes y acciones suyas que son alabadas, para menguar,
hasta donde se pueda, el afecto y la confianza que inspiren. Porque
importa mucho a la Sociedad, que los que expulsa, y sobre todo los que voluntariamente la abandonan, sean del todo suprimidos."
En La Monita Secreta se hace fundamental la forma con que se tienen que ir seleccionando los alumnos que desde jóvenes sobresalen y tienen aptitudes para ingresar en la Sociedad:
"Hay que trabajar con mucha cautela en la elección de los jóvenes de talento, hermosos, nobles, o que sobresalgan. Para atraerlos más fácilmente es preciso que mientras hacen sus
estudios, los rectores y los maestros les muestren particular afecto, y
fuera de clase les hagan comprender cuán agradable es a Dios que se
consagren a él con cuanto posean, y particularmente en la Compañía de su hijo.
Siendo la mayor dificultad el atraer a los hijos de los grandes,
de los nobles y de los senadores, mientras vivan con sus parientes, si
los educan con el propósito de que les sucedan en sus empleos, habrá que
persuadir a los parientes, por medio de amigos de la Sociedad,
que los envíen a otras provincias y Universidades lejanas, donde
nuestros maestros enseñen, después de mandarles instrucciones
tocante a su calidad y condición, a fin de que ganen su afecto hacia la Sociedad, con más facilidad.
Cuando tengan más edad habrá que inducirles a que hagan
ejercicios espirituales, de los que se obtiene éxito, sobre todo con
alemanes y polacos."
Otras de las cosas que hay que tener bien controladas son a las monjas para que no interfieran en los planes de la Compañía:
"Confesores y predicadores se guardarán de ofender a las
religiosas, y de tentarlas contra su vocación, antes bien ganarán el
afecto de las superioras, y harán lo posible para recibir sus
confesiones extraordinarias, y les dirán sermones, si esperan recibir
muestras de su reconocimiento, porque las abadesas, principalmente las
ricas y nobles, pueden servir de mucho a la Sociedad, por sí mismas y por medio de sus parientes y amigos; así es como, introduciéndose en los monasterios, la Sociedad puede obtener la amistad de los habitantes de la ciudad.
No obstante, convendrá prohibir a nuestras devotas que frecuenten
los conventos de mujeres, por si acaso aquel género de vida les
agradara, y la Sociedad se viera frustrada en su esperanza de heredar sus bienes.
Debe instáleles a que hagan voto de castidad y de obediencia, en
manos de sus confesores, mostrándoles que este método de vida está muy
conforme con las costumbres de la Iglesia primitiva, puesto que así
brilla la mujer en la casa, en lugar de estar oculta en el claustro,
dejando a oscuras las almas; además, que a ejemplo de las viudas del
Evangelio, harán bien a Jesús haciéndolo a sus compañeros. En fin,
deberán decirles cuanto puede decirse contra la vida claustral: se darán
estas instrucciones en secreto, no sea que lleguen a oídos de las
monjas."
En definitiva, la vida es puro teatro y los jesuitas hace siglos que interpretan esta función a la perfección:
"Para que los clérigos seculares no puedan atribuirnos pasión por las
riquezas, convendrá rehusar algunas veces las limosnas de poca
importancia, ofrecidas cual recompensa de servicios prestados por la Sociedad, aunque se acepten otras menores, para que no se nos acuse de avaricia si sólo recibimos las más considerables
Será
preciso aspirar a las abadías y a las prelaturas, cuando estén vacantes,
lo que será fácil de obtener considerada la holgazanería y estupidez de
los frailes. La Iglesia ganaría mucho en que los obispados fuesen
regidos por jesuitas, y lo mismo la Sede Apostólica, sobre todo si el
Papa se hiciese príncipe temporal de todos los bienes, por lo que
paulatinamente, y con prudencia y recelo, hay que extender lo temporal
de la Sociedad, y no hay duda de que, cuando esto suceda, se
alcanzará el siglo de oro, y gozaremos entonces paz perpetua y
universal, y por consiguiente, la bendición divina acompañará a la
Iglesia."
Para finalizar este manual de instrucciones, se da por sentado que tanta acumulación de riquezas y tanta manipulación van a acabar oliendo a podrido. Pero si se han seguido al pie de la letra todos los pasos descritos en el libro, al final la recompensa esta asegurada:
"Si no se puede llegar a tanto, puesto que necesariamente ocurrirán
escándalos, habrá que cambiar de política, según los tiempos, y excitar
a todos los príncipes, amigos nuestros, a hacerse mutuamente guerras
terribles, a fin de que, implorando por todas partes el socorro de la Sociedad,
ésta pueda emplearse en la reconciliación pública, conducta que no
dejarán los príncipes de recompensar con los principales beneficios y
dignidades."
Tras este resumen no queda lugar a dudas del motivo por el que los jesuitas niegan la veracidad de La Monita Secreta. Los trapos sucios se tienen que lavar y quedar "escondiditos" en casa. Y La Monita Secreta es un enorme trapo sucio de una orden que se dice religiosa, cuando es totalmente militar, manipuladora, acaparadora y opresora,... Casi nada!!!!
Lo que decíamos al empezar este artículo: un satánico manual de instrucciones.
PAZ
Johnny McClue 2016